martes, 17 de noviembre de 2015

Resistencia

Las hileras de almendros, con sus hojas a medio caer y sus ramas apuntando hacia el cielo, tienen algo de resistencia agónica, como si aceptaran el destino y al mismo tiempo se rebelaran cuando ven el destino cerca
Paseando bajo los árboles, observo algunas hojas que permanecen colgadas a la espera de acabar en suelo, donde otras las esperan desde hace días. Las hojas del suelo deambulan por allí, aburridas, sin que el viento, que jugó tan alegremente en la rama, se tome la molestia de llevarlas lejos.
En el último almendro, el que está un poco apartado, hay una almendra, una única y solitaria almendra. Aún conserva, medio abierta, la piel verde que el tiempo ha vuelto oscura e innecesaria. Permanece colgada como un adorno navideño, que aunque ya han pasado las fiestas, se empeña en sobrevivir al tiempo. IMG_1664

La almendra, en su resistente soledad, no atiende a las caricias del viento ni a los calurosos ardores que le envía el sol. Nada parece tentarla para abandonar la rama y dejarse caer.
Y yo viéndola sola y vestida con los andrajos de tiempos mejores, no entiendo el porqué de su resistencia. ¿Qué consigue allá arriba siendo blanco de corrientes de aire y rayos de sol? ¿No sería mejor compartir destino con las otras almendras, despojarse de los restos de su andrajoso traje verde y de una vez, lucir el leñoso vestido de otoño?
Y otorgándome el papel de un dios caprichoso, cambio su previsible final y la arranco. Tan indecisa como el propio destino, que juega con las vidas que tiene entre manos, la guardo en el bolsillo trasero de mi pantalón.
Mientras me alejo siento el bulto de la almendra que me acompaña y no estoy segura de si, el haberla arrancado, es un premio o un castigo por no dejarse caer.