jueves, 12 de noviembre de 2015

Mateo 5:3'3

No hay más placer inocente que despertarte antes de la hora que el mundo le exige a tu cuerpo. Es un momento mágico en el que no sabes bien donde estás y te dejas arrastrar por el sueño que aun no está preparado para que le ignores. Él sabe que en cuanto te des cuenta que se acabó su reino, se sumergirá en las profundidades del olvido hasta que el subconsciente lo vuelva a necesitar de decorado.

Por esto durante un instante los ojos se esfuerzan por permanecer cerrados mientras el boceto de rayo de sol se cuela entre los agujeros indiscretos de una persiana mal cerrada.
Cuando era pequeña me costaba que el sueño me abandonara, sin embargo en cuanto abría los ojos me levantaba sin problemas. Al contrario que ahora, que los sueños se van rápido y sin embargo levantarme me cuesta un kilómetro.
La cortina está pendiente de los rayos del sol, no cesa de agitarse con una simple brisa por si se pierde el amanecer y los rayos entran como Pedro por su casa porque ella descuida su cometido. Hoy siento que los rayos van dirigidos a mi personalmente porque todo cuanto leo, oigo, escucho o intuyo me molesta, hasta el punto de querer meter la cabeza en una olla a presión y sentir que es un espacio sereno. El mundo se desentiende de mis pensamientos y va a la suya, como si yo no le importara y gira y gira mientras mi cabeza intenta mantenerse quieta.

El roce de la idiotez en mi mejilla me conforta porque pienso que soy humana y los humanos nos distinguimos por las idioteces que cometemos. No reconocerte como idiota es serlo de verdad. Un idiota va por el mundo con cara asustada y a la vez mirando de frente. Soy idiota sí, pero qué pasa por serlo. No necesito nada más que aceptarlo y ya me siento mejor. Así me da igual que me manipulen y me digan lo que tengo que pensar, como soy idiota pues está bien. El problema es que me traten como alguien inteligente y me den informaciones para gente inteligente porque entonces acrecientan mi idiotez. Solo deseo que me den informaciones a mi nivel para que yo me sienta a gusto conmigo misma y piense que soy una idiota por méritos propios y no porque alguien me ha dicho que lo sea.
Los idiotas vamos por el mundo con los zapatos cordados pero con los lazos sueltos. Es una idiotez para caminar seguro pero que nos avisa que no hay que confiarse. Los otros van con la cara lavada, el pelo al viento y los bolsos bien cerrados y con cara de saberlo todo sin necesidad de estudiar nada. Y seguros que no son para nada idiotas. Pobres