martes, 19 de abril de 2016

Camino

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Salgo de casa y a lo largo de la calle las baldosas se extienden hasta que me alcanza la vista. No sé si será su objetivo, pero convierten mi mundo en un laberinto de formas cuadradas y redondas por donde me es muy difícil vislumbrar la salida. Golpeo el suelo, no me atrevo a caminar sin que las baldosas se den cuenta que soy yo la que va por allí y me ignoren. Un golpe más fuerte y noto como ellas se endurecen, es la manera especial que tienen de reconocerme. No lo digo porque sí, sino porque al golpear, mis pies tienen una respuesta contundente en forma de dolor en la planta, una respuesta abrumadora para mi simple llamada. Pero me complace saber que me tienen en cuenta puesto que, no soy algo que se desliza sin forma sobre los cuadrados monótonos y los círculos concéntricos igualmente monótonos, soy yo y por esto me duelen los pies. Los pies por fin tienen su protagonismo, me mantiene aferrada al suelo, tan lejos de mi cabeza siempre en las nubes. Por supuesto, tengo una sola cabeza y dos pies, pero no compensa el que sean doble, mi cabeza seguirá siendo más importante aunque me salgan dos pies más y los pies los saben. Por esta razón se rebelan pisando cada cierto tiempo o espacio, no creo que los pies los distingan, una piedra afilada y mi cabeza reacciona, me duele para no ser menos. Aunque no sea más que es el dolor de los pies que se instala en mi cerebro y me confunde para que los tenga en cuenta.El suelo con sus baldosas uniformes y cuadradas no tiene dolor, al menos un dolor que levante olas, lo que si tiene es un descontento y por esto va dejando que los bordes se les escapen y me duelan metidos en las suelas de mis zapatos.