martes, 17 de noviembre de 2015

Memoria

Los niños jugaban entre las ruinas de la ciudad devastada por las bombas que como monedas los aviones lanzaban contra el suelo. Cada mañana, apenas se levantaban de la cama, salían a la calle y se reunían en el último edificio destruido. Era el que tenía más posibilidades de albergar algún tesoro. Más tarde los hombres se llevarían cuanto hubiera de valor. Luego llegarían las mujeres a llorar. Y luego la prensa a informar de lo de siempre.

Aquel día el último edificio derrumbado era la biblioteca. Por el suelo, algunas hojas habían abandonado los libros y lejos de sentirse libres se quedaban a su lado. Parecían querer volver a formar parte de la historia que tan miserablemente les habían arrancado. Sólo quedó un libro intacto.


Un niño lo recogió con cuidado. Lo abrió e intentó descifrar qué decía. Leía con dificultad, la escuela había sido destruida hacía mucho tiempo y le costó entender. Decepcionado lo lanzó otra vez al suelo. No tenía preciosas imágenes sólo una larga lista de nombres.
Un anciano que observaba le llamó y con paciencia le explicó la importancia del libro que había menospreciado. Era el catálogo de todos los volúmenes que había albergado la biblioteca. Allí estaban todos y, como guardianes de la cultura, habían perecido cumpliendo su deber.
Al día siguiente en la única pared que quedó en pie de una espléndida biblioteca, los niños escribieron con su irregular letra, los nombres de todos los libros que habían caído en la batalla.