martes, 12 de julio de 2016

Dislate

Tras zamparme media caja de bombones traté de  acallar mi conciencia con promesas de acelgas y otros suplicios, pero no me creyó. Implacable me obligó a quemar semejante pecado. Para que me dejara tranquila cogí la mochila y me fui a caminar por un sendero muy transitado que circula entre árboles y campos de maíz.
Después de andar una hora estaba agotada, el campo tiene este efecto en mí, si ando me canso. Menos mal que cuando más lo necesitaba encontré un banco vacío. Era un poco tosco, apenas unas tablas, adosado a la pared de una casona.
A punto de sentarme, tuve una especie de revelación: ¡cómo era posible que estuviera vacío! No había encontrado otro banco en todo el trayecto, alguien debería estar ahí descansando. Allí había algo raro.
Para mi alivio, un caminante se acercaba con andar pausado. Cuando llegó a mi altura, me saludó educadamente pero no se sentó, siguió andando.
Corrí para alcanzarle y le pregunté:
-¿Oiga, por qué no se ha sentado?

– Es que no estoy cansado- contestó como extrañado de que le hubiera hecho semejante pregunta. Y siguió caminando para enfatizar su respuesta
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-¡Mentira!- Le grité agarrándole del brazo- Con lo rojo que está y lo mal que respira, debe estar agotado.
Quise arrastrarle al banco pero, tras un forcejeo, se liberó y se largó corriendo lanzándome una sarta de insultos que no creí merecer de ninguna manera. Yo sólo quería que se sentara.
Toda la tarde hubo un desfile de viajeros, pero ninguno se sentó. Yo permanecí al lado del banco como si estuviera velando la tumba del soldado desconocido.
Cuando el sol se iba escondiendo por el horizonte, cansada de estar de pie decidí marcharme dejando el banco vacío.
Mientras recogía mis cosas, el viajero que había increpado para que se sentara se acercaba otra vez dando tumbos. Se le veía cansado y con el semblante descompuesto. Apenas si podía llegar al banco. Cuando lo sintió tras de si, se dejó caer sobre su trasero y se apoyó en la pared. Con alivio me acerqué. Esta vez si que estaba cansado, esperaba que no me dijera lo contrario.
A punto de sentarme, el hombre cayó como un saco en el suelo. No tuve que tocarle para comprobar que había muerto.
-Lo sabía- exclamé- Este banco está maldito. Un banco vacío no es de fiar
Y dejando al hombre estirado sobre el banco, recé una plegaria por su alma y me largué a toda prisa.
Y desde entonces nunca me siento en algo que esté vacío ni siquiera en una silla.